MADERO
...
El viento no preguntó
si tenía frío,
ni si mi rama aún soñaba
con abrazar la luz.
La arrancó sin piedad,
era el último suspiro que me anclaba a la vida.
Ahora el suelo me cubre de hojas muertas
que no son mías:
mi copa desnuda,
con la boca abierta hacia el cielo,
espera, en vano,
una sola gota de rocío.
Yacen a mis pies
capullos secos y vencidos
que jamás conocieron la aurora.
El musgo, impasible,
me arropa como un beso sin recuerdo.
Un caracol —lento como la pena —
me observa,
como si intuyera la agonía de mi savia:
aquella que perdí
cuando se congelaron las nubes
y los pájaros, mudos, huyeron del lenguaje.
Mis raíces, sedientas,
palpan la nostalgia del agua,
como quien roza una tumba sin nombre,
y siente, sin saber, que algo suyo yace allí.
Llora el mar
por los ojos rotos de las nubes,
y los ríos —oscuros y sedientos— beben su llanto,
sin comprender su tristeza.
Oh, hermano de corteza,
alguna vez fui campana de verdes alborotos,
y el sol me trenzaba guirnaldas
en la frente.
Hoy soy madero fenecido,
leña doliente de una hoguera extinta,
esperando —con cenizas en la sangre—
que la lluvia me pronuncie entre los muertos.
Y que, al rozar mi vestigio,
una raíz futura descubra en mi sombra
la chispa inmortal de lo que alguna vez ardió en mí.
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Derecho Reservado del Autor:
Leonardo Sarmiento López.
Imagen del Autor.
20 de mayo del 2025.
Lima _ Perú.